- Las reformas borbónicas y la estadística en Veracruz.
El siglo XVIII significó para la Nueva España tiempos de cambio. La sustitución de la Casa De Austria por la de Borbón puso de manifiesto, desde un principio, las tendencias reformistas y centralizadoras de la nueva dinastía que dieron personalidad propia al período comprendido entre 1760 y 1820. Durante esos años España ensayó una serie de reformas políticas que tuvieron diversos efectos, de los cuales al menos dos deben destacarse para el caso de sus colonias americanas: 1) el importante auge económico de esa época; 2) los desajustes y desgarramientos internos que enfrentaron las sociedades coloniales, abiertas a nuevas ideas, cuyos intereses sociales, económicos, políticos y culturales buscaron diferentes formas de expresión.
Dichas reformas pretendieron remodelar tanto la situación interna de la península como sus relaciones con los territorios colonizados. Ambos propósitos respondían a una nueva concepción de Estado que requería reabsorber todos los atributos del poder delegado en grupos y corporaciones, y asumir la dirección política y administrativa del reino. Estos principios básicos de los reyes Borbones se relacionaban con los del despotismo ilustrado: regalismo o predominio de los intereses del monarca y del Estado sobre los individuos y corporaciones; impulso de la agricultura, industria y comercio con sistemas racionales; desarrollo del conocimiento técnico y científico; y difusión de las artes. Por ello se tomó con especial empeño la integración de estadísticas y la formación de padrones de población.
Para la Nueva España las reformas borbónicas significaron una organización administrativa diferente, es decir la adopción del sistema de intendencias, nuevos funcionarios, y el acopio sistemático de información oficial que permitiera un mejor conocimiento de los recursos y de los habitantes novohispanos, lo cual explica el origen del padrón formado por el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco, II Conde de Revillagigedo.
El virrey Revillagigedo tomó posesión del virreinato de la Nueva España el 17 de Octubre de 1789. Fue uno de los gobernantes novohispanos del período borbónico que desplegó mayor actividad. Su administración se ocupó de una gran variedad de asuntos y entre los mismos destacó la formación de padrones que, para historiadores y científicos sociales, constituyen una herramienta indispensable en el conocimiento de temáticas como espacio urbano, estructuras sociales construidas en el mismo, composición de sus habitantes, formas de crecimiento, variedad de oficios y actividades, y características de viviendas y de familias, por mencionar sólo algunas. Este tipo de información, por sí misma y complementada con la de otras fuentes primarias locales, ofrece una diversidad de aspectos y sujetos de estudio, amplía los enfoques para su análisis. Y el proceso resulta particularmente importante en una población como el puerto de Veracruz.
2. La conformación del espacio urbano de la Nueva Veracruz, siglo XVIII
Para la centuria de las Luces la plaza porteña ya había adquirido una fisonomía urbana definida y era conocida como la puerta de acceso a territorio novohispano. La ciudad amurallada de la costa del Golfo monopolizó el comercio ultramarino del Atlántico, la salida a Europa de oro y plata y de recursos naturales como tintes y maderas, y los movimientos de funcionarios, viajeros y colonos procedentes de la península. Poco propicia para la residencia permanente de blancos, sus pobladores fueron reducidos en número pero no en fuerza económica ni en influencia política, especialmente por lo que respecta a mercaderes y comerciantes. Resultado de los factores indicados fue la consolidación de su posición como el primer puerto del Golfo autorizado para el comercio exterior, y uno de los dos polos del sistema de comunicaciones novohispanas que enlazaba la costa veracruzana con la ciudad de México.
La revitalización del sistema de flotas y la realización de ferias mercantiles en la villa de Xalapa, a partir de 1720, propició la formación de grandes fortunas entre los comerciantes porteños y reforzó su hegemonía en la ciudad. Décadas más tarde, la promulgación del Decreto del Libre Comercio, en 1778, benefició al grupo mercantil local porque se modificaron las funciones, de la población portuaria. La transformación de Veracruz en una plaza mercantil abierta al comercio con otras naciones, distribuidora de mercancías en la provincia veracruzana y fuera de ella, motivó abarrote de mercancías y aumentó el flujo de españoles y novohispanos que migraron al puerto ansiosos de aprovechar las oportunidades de progreso que brindaba la ciudad en la últimas dos décadas del siglo XVIII. Las demandas de la vida urbana y portuaria abrieron el abanico de oficios y servicios e impulsaron cambios en la composición étnica de la sociedad porteña. La minoría blanca, peninsular y criolla, apoyó su progreso con el trabajo de una buena proporción de indígenas, negros, mestizos y mulatos.
El diseño urbano se modificó y se amplió con la aparición de nuevas construcciones. De manera que la ciudad de tablas del siglo XVII dio paso a la ciudad de mampostería del siglo XVIII. Una diferencia notoria fueron las murallas que circundaban la plaza con siete baluartes: Santiago y La Concepción, que miraban al mar; Santa Gertrudis, San Javier, San José, San Mateo y Santa Bárbara, que vigilaban tierra adentro, Funcionaban cuatro puertas: la del Muelle, que comunicaba con la costa y controlaba idas y venidas entre el puerto y los navíos anclados en la bahía; la de Acuña o Nueva, que facilitaba el tránsito para Córdoba y Orizaba; la de México, que servía para el tránsito continuo de arrieros que entraban y salían de Veracruz con fines mercantiles; y la de la Merced, continua al convento del mismo nombre, que permitía el ingreso de la gente que habitaba en extramuros, en el barrio del Cristo del Buen Viaje.[1]
En intramuros los edificios y casa eran, para entonces, de mampostería de uno y dos pisos, con azoteas planas o terrados sin tejado, y puertas, rejas y balcones de madera. Entre los edificios civiles sobresalían las Atarazanas y la Casa de Cabildos. De los religiosos destacaban la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, la iglesia de la Pastora y los conventos de San Francisco, la Merced, Santo Domingo y San Agustín. Funcionaban varios hospitales: Santos Reyes y Nuestra Señora de Belem de los betlehemitas, San Juan de Montesclaros y Nuestra Señora de Loreto de los hermanos de la caridad de San Hipólito, el militar de Jesús, María y José, o Real de San Carlos, el de San Sebastián creado por el Consulado y el ayuntamiento porteños. La Plaza Mayor seguía constituyendo el centro nervioso de la ciudad circundada por la Casa de Cabildos, la parroquia y por dos calles con arcadas que formaban portales para el uso de comerciantes y viajeros. Por último había seis plazuelas: la de la Caleta, la de San Lorenzo, la del Muelle, la de Santo Domingo, y las del Mercado y del Maíz.
[1] Véase: Blázquez, Carmen. Breve Historia de Veracruz. El Colegio de México/Fideicomiso de las Américas/Fondo de Cultura Económica. México DF.2000; p.132.