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“La chispa napoleónica”: Tecnología militar como garante del régimen novohispano ante la crisis de 1808

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Con el ocaso del siglo XVIII y el nacimiento del siglo XIX disminuían los temores de una invasión anglosajona a Nueva España pero también se inauguraba el temor a la peor pesadilla imaginable, no solo una guerra de “acercamiento indirecto” a las colonias, sino un ataque directo al corazón del orden imperial, es decir, a la corona misma asentada en la península.Esta vez el peligro seria paulatino y sutil, vendría desde la frontera Gala. Ya entre 1793 y 1795 la Corona española había tenido un conflicto con la Francia de la Convención, mas el estrepitoso asenso al poder de un brillante oficial de artillera llamado Napoleón Bonaparte reestructuraría el balance de poderes en Europa y las reglas de diplomacia, táctica y estrategia de la guerra en occidente.[1]

Desde el tratado de Aranjuez de 1801 entre el ministro Manuel Godoy y el consulado de Napoleón se restableció una alianza parecida a la antigua y tradicional entre las coronas borbónicas, lo que impulso los conflictos con Gran Bretaña entre 1805 y 1808 en los que se enmarca la batalla de Trafalgar.[2]

Esta derrota de la alianza franco-hispana significo para Napoleón una imposibilidad para realizar una invasión militar a las islas británicas por lo que solo cambio su estrategia, adoptando un bloqueo económico continental a Inglaterra. Pero para España la pérdida de su armada agravo la crisis económica que vivía al no permitir las comunicaciones, el abasto de armamento, ni la entrega vivieres entre las colonias americanas.[3]

Además la política de bloqueo orientó el interés napoleónico al mediterráneo occidental y la península ibérica, aumentando la presión a Portugal para que dejara de comerciar con los británicos desde sus puertos, exigiendo la confiscación de sus bienes y el aprisionamiento de los residentes en el país lusitano. La inacción de Lisboa hizo que Napoleón designa al general Jean Junot  para que invadiera por tierra Portugal, obviamente pasando por los territorios españoles.[4]

Muerte de Pedro Velarde y Santillán durante la defensa del Parque de artillería de Monteleón.

La firma el tratado de Fontainebeau el 27 de octubre de 1807 estipuló la invasión militar conjunta y cedió el paso a las tropas napoleónicas, sin embargo su presencia se volvió un cariz amenazante para la población y para la familia real que se retiro a Aranjuez, donde el 17 de marzo de 1808, al correr el rumor de que huirían a Sevilla y se embarcarían a América, una multitud asalta el palacio de Godoy donde el 19 es capturado y rescatado por el príncipe de Asturias, que a la sazón es nombrado rey por abdicación de su padre Carlos IV, rebautizado como Fernando VII. Al conocerse estos hechos, el 23 de marzo el general francés Murat siguiendo órdenes invade Madrid y escolta el traslado de los dos recién llegados “reyes” de España a Bayona, donde abdicarían en favor de José Bonaparte. Hecho coyuntural que dictaría el levantamiento del 2 de mayo, iniciando la guerra de independencia española. [5]

Todos estos acontecimientos, plasmados en papel y letras, cruzan juntos el atlántico y se convierten en la total desesperación de las autoridades y la población de la Nueva España al no saber cómo reaccionar ante esta crisis de legitimidad de la Corona. Las noticias se dispersan en forma de rumores, como el de una potencial invasión napoleónica. Nuevamente la tecnología artillera era necesaria para mantener el orden colonial. Ante esto, y conociendo el frustrado proyecto de maestranza de Orizaba y la insuficiencia de las maestranzas de Tacubaya y Perote; el Real Tribunal General del Importante Cuerpo de Minería se reunió el 28 de julio de 1808 ofreciendo la construcción de 100 cañones bajo la dirección del arquitecto y escultor Manuel Tolsá.[6]

El 8 de agosto de 1808 inició sus actividades de maestranza, contando con una preparación producto de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, institución que se apegaba al canon ilustrado de que el arte era un medio de propaganda política al servicio del rey y que solo era válido en tanto utilidad pública, así que además de formar artistas era cuna de ingenieros y artesanos.[7]

El taller fundición se ubicaría en la huerta del antiguo Colegio Jesuita de San Gregorio, de donde había salido la estatua ecuestre de Carlos IV conocida como el “Caballito”. Los múltiples auxiliares eran peones, andamieros, canteros, carpinteros, fundidores, torneros, limadores, cinceladores, moldeadores, carroceros, afinadores, techadores, cortadores de madera y cargadores de extracción indígena. Todos ellos contaban con la técnica, la experiencia y la pericia para llevar a cabo la complicada labor de maestranza.[8]

Por otra parte, además de la fabricación oficial de artillería, existían otras fundiciones en el territorio Novohispano hacia 1808, pero no de carácter público sino particular, con un nivel bajo y poco modernizado –más cercanas a un nivel artesanal y sumamente burdo–, pese a la exclusividad del gobierno virreinal en la construcción de armamento.

Por ejemplo al enterarse en 1808 que la familia real española había abdicado en favor de José Bonaparte, don Carlos María de Bustamante contrató a don José Francisco Dimas Rangel, relojero de prestigio y experto en mecánica, a fin de que construyera una fabrica personal de cañones, en donde forjaría cuatro piezas, siguiendo al pie de la letra la Ordenanza de Artillería y el Tratado de Artillería del Real Colegio de Artillería de Segovia de Tomas de Morla. Con ello, Don Carlos María mostraba su amor por la madre patria y, a la vez su odio, por el invasor francés.[9] Aunque irónicamente este tratado de artillería estaba mayormente inspirado en el sistema francés de Gribeauval [10]

Otro ejemplo procede de don José Luis Rodríguez Alconedo, connotado maestro platero y orfebre, además de excelente pintor. Criollo originario de la ciudad de Puebla y profesor de honor en la Academia de San Carlos, en 1808, luego de la destitución del virrey José de Iturrigaray, quien al parecer le protegía, fue acusado de estar forjando cañones y la corona que el ex virrey habría pensado ponerse cuando fuera emperador de la Nueva España. Nada se confirmó al respecto, pero como las tertulias que reunía en su casa iban en aumento sugerían el desarrollo de un pensamiento disidente, se le embarcó en 1810 hacia España, donde permaneció preso durante varios meses. Una amnistía le permitiría regresar un año después, cuando el virreinato estaría sumido en la próxima lucha insurgente, en la que prestaría sus habilidades de oficio para fundir artillería.[11]

Regresando al caso de Tolsá, este aprovechó las instalaciones preexistentes que crearon “El Caballito” para hacer artillería, periodo en el que probablemente aprendió por praxis fundición y vaciado de metales. Para hacerlos con los calibres adecuados tuvo que seguir tratados como el de Gaspar Monge “Description del’art de fabriquer canons”, publicado en 1794 y sobre todo el más afamado en el mundo hispánico, o el Tratado de Tomas de Morla de 1784.[12]

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 Como vemos, Manuel Tolsá no solo se arrojo a la tarea de forma puramente práctica, realizo además la investigación teórica pertinente. Es muy probable que recibiera auxilio de los forjadores de campanas como sucedió en la fundición de “El Caballito”. Lo que nunca tuvo fue la asistencia del Cuerpo de Artilleros, quienes si tenían los conocimientos necesarios; estos a pesar de la petición del Tribunal de Minería mostraron desde poca disposición hasta oposición y desprecio por la labor del artista.[13]

En septiembre de 1809 el entonces Virrey Francisco Javier de Lizana y Beaumont comenzaría a apresurar tanto al Real Tribunal de Minería como a Tolsá para que entregaran las primeras piezas de bronce, pero las dificultades mencionadas y el retrasos en las pruebas de las piezas complicarían la entrega, tardando tres años en completar el lote de 40 en lugar de los 100 convenidos.[14]

Otro ejemplo de la acuciante necesidad de la tecnología artillera para mantener el orden colonial es que a fines de mayo de 1810, el obispo Manuel Abad y Queipo envía una “Representación” a la Regencia en la que alertaba de una posible insurrección y sugiere métodos para evitarla. Destaca la infiltración de los pensamientos revolucionarios franceses y norteamericano, así como la disposición general de Nueva España a levantarse en armas, por lo que entre sus propuestas económicas y administrativas destaca la necesidad de un virrey “inteligente, recto, activo y energético” así como traer fundidores de Sevilla para la elaboración de cañones.[15]

Cuatro meses después, cuando a la capital llegaban las primeras noticias de un feroz alzamiento en el Bajío el virrey Francisco Javier Venegas solicito al tribunal urgentemente la habilitación sin demora del mayor número de armas. Las autoridades, sumidas en la incertidumbre, veían pasar por sus ojos el peor escenario posible, uno jamás previsto, el sistema defensivo que se había creado era para defenderse de enemigos extranjeros que vendrían desde las costas, y nunca se imaginaron que el conflicto vendría del seno de la sociedad misma y que serían los propios novohispanos quienes la encabezarían. La tecnología artillera como punta de lanza de este sistema estaba por dar un giro de ciento ochenta grados.

La crisis de legitimidad de la corona en la península, la desarticulada política económica y las rencillas políticas tras el golpe al Virrey Iturrigaray en la capital hacían que el fantasma de la invasión a Nueva España se convirtiera en un  presentimiento de guerra civil, que no sería nada fantasmagórica, sino tan real que ya tocaba las puertas.

Las autoridades inmediatamente comprendieron que los esfuerzos por habilitar mayores y mejores piezas, ponderando su movilidad y  concentrándolas en puntos focales fue una pésima decisión en caso de ataque desde tierra firme, desde la retaguardia o apoyado por las poblaciones, ya que eran puntos bien comunicados. Las zonas de cultura artillera ganaban poder estratégico, ya que eran botines dignos de lucha, no estaban muy alejadas de puntos económicos estratégicos como Antequera, Orizaba, Veracruz o Acapulco, o como la Fortaleza de Perote donde se concentraba la mayoría del arsenal artillero del Virreinato, siendo una vía de apoyo y acceso a México, Puebla y San Juan de los Llanos.[16]

Es por eso que cuando estallo el movimiento de septiembre de 1810, los pensamientos de los militares de la corona se concentraron en Perote. El gobierno virreinal no descartaba la posibilidad de que el cabecilla de esta “rebelión, el “infame” cura Hidalgo, desde Toluca marchara a Puebla y de allí a la fortaleza para acopiar toda la artillería. Pero esto jamás ocurrió.[17]

No tenían como prioridad asaltar los puntos estratégicos solo por su artillería ya que ellos, sorprendentemente, estaban fabricando la suya. Entre sus tropas había individuos de gran habilidad, conocimientos e inteligencia, como los jóvenes estudiantes del Colegio de Minería, quienes con sus conocimientos de fundiciones de metales y conocedores del lenguaje químico y matemático, dejaron las aulas para unirse a la lucha.[18]

Contarían además con la experiencia de extranjeros y sobre todo de ex soldados de la corona familiarizados en el uso correcto de este armamento, con la tecnología y cultura artillera que había sido impulsada exponencialmente por los temores realistas iniciados en 1762, es irónico, pues serian la base del arte de construir y usar las armas.de la insurgencia posterior a 1810.

Una cultura bélica que redefiniría sus espacios. Las costas dejarían de ser sus escenarios privilegiados para pasar a meras gayolas; las zonas de relevancia artillera insurgente estarían cercanas a los medios de extracción de materias primas para su fabricación, es decir los reales de minas. Estos obviamente serían puntos focales de los intereses de los contendientes insurgentes en una guerra civil que no era más una lúgubre y traslucida posibilidad, sino una realidad inmediata.

 


[1] Véase. Bruce, Robert et al. 2008. “Técnicas bélicas de la época napoleónica, 1792-1815. Equipamiento, técnicas y táctica de combate.” 249 pp.

[2] Dickie, Iain et al. 2010. pp. 165-169.

[3] De la Fuente, María Guadalupe. 2005. pp.114-115.

[4] Fraser, Ronald. 2006. p.6.

[5] Fraser, Ronald. 2006. p.74.

[6] Véase. Soriano, Cristina. “La Huerta del Colegio de San Gregorio, asiento del taller de Manuel Tolsá y su transformación en fundición de cañones, 1796-1815” en Historia Mexicana (2010) p. 1406.

[7] Guerra, Francois Xavier. 2010. pp. 30-31

[8] Soriano, Cristina. “La Huerta del Colegio de San Gregorio, asiento del taller de Manuel Tolsá y su transformación en fundición de cañones, 1796-1815” en Historia Mexicana (2010). p. 1411.

[9] Bustamante, Carlos María. 1985, p 274

[10] De Morla, Tomas.1993. 125 laminas. Se consultó la versión facsimilar en la Biblioteca Central de la UNAM, realizada por la Dra. María Dolores Herrero Fernández-Quesada y presentada por Víctor Daniel Rodríguez Cerdido, editada en 1993 por el Patronato del Alcázar de Segovia. Una versión original se encuentra dentro del Fondo reservado de la Biblioteca Nacional de México.

[11] Gallegos, Eder. 2010. “Hacer cañones para la libertad. Artillería artesanal en los albores de la Independencia” en Bicentenario. El Ayer y hoy de México. Nº 9. p. 28; http://mx.selecciones.com/contenido/a2611_forjo-canones-y-monedas-para-la-independencia-alconedo-el-orfebre-insurgente (Consultado en: Agosto 15 de 2010, 19:00 horas)

[12] Soriano, Cristina. “La Huerta del Colegio de San Gregorio, asiento del taller de Manuel Tolsá y su transformación en fundición de cañones, 1796-1815” en Historia Mexicana (2010) p. 1411.

[13] Soriano, Cristina. “La Huerta del Colegio de San Gregorio, asiento del taller de Manuel Tolsá y su transformación en fundición de cañones, 1796-1815” en Historia Mexicana (2010) p. 1412

[14] Soriano, Cristina. “La Huerta del Colegio de San Gregorio, asiento del taller de Manuel Tolsá y su transformación en fundición de cañones, 1796-1815” en Historia Mexicana (2010). p. 1413.

[15] Ortiz, Juan.1997, p. 30

[16] Guzmán, Moisés. “Miguel Hidalgo y la Artillería Insurgente” en Revista Ciencia (2010). Nº 3. p.32.

[17] Ortiz, Juan. 2010. p.110

[18] Ibídem.

Eder Gallegos

27 años. Veracruz. México. Licenciado en Historia con mención honorifica por la Universidad Veracruzana, (México) estudios del Máster en Historia de América Latina por la Universidad Pablo de Olavide (España), estancia en la Universidad Nova de Lisboa (Portugal). Diplomado en Conocimiento vital del Caribe “Cartagena de Indias” por la Universidad Tecnológica de Bolivar (Colombia). Estudiante del Doctorado en Historia por El Colegio de México A.C, promoción 2013-2016. Ha publicado capítulos de libro en Argentina y Colombia, así como artículos de divulgación en Italia y México.

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